Nos llueve sobre mojado 22 de octubre de 2009

Nos llueve sobre mojado
22 de octubre de 2009

Alfonso Zárate

Cuando el país enfrenta un shock financiero, lo único que se le ocurre a nuestra clase gobernante es recargarse en los mismos. Del “paquete económico” que revisa el Congreso de la Unión saldrán ganadores los de siempre y perdedores los de siempre. El “asalto a palacio” (Guillermo H. Cantú dixit) que se consumó el 1 de diciembre de 2000 —la llegada al poder de Fox y sus gerentes— permitió que la alternancia le hiciera justicia a la oposición panista. En lugar de los méritos y la trayectoria, el carnet del partido se convirtió en el principal requisito de ingreso en una administración pública que engrosó con desmesura para darle cabida a la nueva clase gobernante. Hoy, una caterva de funcionarios provenientes de quién sabe dónde, sin los conocimientos, el profesionalismo ni la mística que exige el servicio público, multiplican por dos o, incluso, más los ingresos que obtenían en la empresa privada, imponen un estilo de frivolidad y arrogancia, pero algo aún peor los señala: la corrupción y los pobres resultados. Sin embargo, el patrimonialismo —esa costumbre del poder— no podría explicarse sin el desapego o el cinismo de anchas franjas ciudadanas respecto del manejo de los recursos públicos. En los países con democracias consolidadas la insistencia es recurrente: ¿qué hacen los gobernantes con nuestro dinero? En México parece que los recursos de los que dispone el funcionariado no tienen dueño y los responsables de ejercerlo se despachan con la cuchara grande. Quienes gobiernan carecen de una cultura de la austeridad y la honestidad, y los gobernados no sabemos exigirles que rindan cuentas. Los ejemplos abundan: los sueldazos y las prestaciones de los niveles superiores en las tres ramas del poder y en los tres órdenes de gobierno; su enriquecimiento repentino; los contratos injustificados e injustificables por montos cuantiosos que se otorgan a las empresas de los próximos; el otorgamiento de concesiones y subsidios que se desvían y no llegan a quienes deberían recibirlos (las guarderías del IMSS, los apoyos de Procampo)… Pero los abusos y el desorden son mayores en estados y algunos municipios: gobernadores y alcaldes siguen gastando en aviones, helicópteros, vehículos blindados, viajes… Hace mucho se advirtió que Cantarell estaba agotándose aceleradamente, pero en vez de extremar la prudencia, explorar yacimientos potenciales y fuentes alternas de ingresos fiscales o recaudar más y mejor, se intensificó la extracción y se siguió gastando y repartiendo alegremente la renta petrolera. Gobiernos estatales y municipales conocían lo provisorio de sus participaciones, pero no hicieron nada para constituir bases sanas con recursos propios. Los órganos autónomos no se salvan. La democracia electoral cuesta miles de millones, pero el consejero presidente, Leonardo Valdés, defiende gastos superfluos y los dirigentes de partidos desestiman la propuesta de César Nava de reducir 50% los gastos de los partidos. No tenemos remedio. Cada dato de la realidad indigna y, mientras tanto, está a punto la aprobación de duros gravámenes que buscan tapar el hoyo de más de 400 mil millones de pesos, aunque esto signifique vulnerar las finanzas personales y empresariales de la base angosta y cada vez más castigada de contribuyentes. Y mientras la mayoría se ajusta el cinturón, los excesos son la marca de la clase gobernante: el gasto corriente ha crecido de manera desmedida en los últimos años y los órganos diseñados para dotar de racionalidad al ejercicio presupuestal y frenar los excesos han devenido “tapaderas”. Frente a este panorama son muchas las medidas que tendrían que adoptarse: reducir, en serio, el tamaño de las burocracias en los tres poderes. En el Poder Judicial —sobre todo en la Corte y en los tribunales— se crean unidades, coordinaciones y oficinas que no tienen otra razón de ser que acomodar a parientes o amigos. Urge imponer límites a lo que gastan los gobiernos federal, estatales y municipales en comunicación social; revisar los fideicomisos, figuras oscuras que han servido para ocultar graves trapacerías. Otras medidas deberían adoptarse, no obstante que tienen un escaso impacto financiero, por su valor simbólico, como reducir el número de legisladores al Congreso o limitar privilegios para ex presidentes. Los ciudadanos debemos confrontar a esta clase gobernante irresponsable y seguir exigiendo que paren cuanto gasto innecesario, inútil, dispendioso exista. No aprendemos. Para tapar el hoyo se impondrán mayores cargas tributarias, un ajuste modesto al aparato burocrático, se hará un cálculo menos prudente del precio de la mezcla mexicana de petróleo y se autorizará un mayor déficit fiscal. Los resultados de la revisión en las comisiones y el pleno del Congreso son desalentadores. Y en tanto se atiende la coyuntura, lo más importante sigue ausente: ¿cómo hacer crecer la economía para que genere empleos y mejore los ingresos? ¿Por qué un país con los enormes litorales en ambos océanos no puede ser una potencia pesquera? ¿Por qué no podemos convertirnos en uno de los mejores destinos turísticos en el planeta? ¿Y la industria cinematográfica que en los años 50 prevalecía en América Latina y hoy podría abarcar todo el mundo de habla hispana? ¿Por qué? Presidente de Grupo Consultor Interdisciplinario, SC