Desde mediados de la década de 1990, las organizaciones de migrantes en Estados Unidos representan el enorme trabajo que los llamados paisanos han hecho para lograr el respeto a sus derechos, a la vez que combinan sus esfuerzos para retribuir, en alguna medida, a las comunidades de donde son originarios, principalmente a través de la obra pública, el apoyo a la salud o a la educación, entre algunas otras cosas.
Sin embargo, a pesar de que allá cada club y cada federación de migrantes está constituida como una organización social no lucrativa, y tiene una restricción legal para no participar abiertamente en cuestiones polÃÂticas (ni de México ni, mucho menos, de Estados Unidos), son justamente estos asuntos los que ahora les ponen “en jaqueâ€Â, tanto al interior como en los beneficios que reportan a sus lugares de nacimiento.
Es cierto que las organizaciones de migrantes zacatecanos han sido reconocidas como pioneras en la conformación de su estructura, sus metodologÃÂas para allegarse de recursos, sus esquemas de apoyo a comunidades mexicanas en situación de marginación y más. Mucho más.
Han sido un ejemplo para muchos, pues.
Pero también es cierto que, a lo largo de casi dos décadas, el “gusanito de lo polÃÂticoâ€Â ha ido penetrando las fibras más sensibles de los clubes, convirtiendo a sus miembros, al mismo tiempo, encarne de cañón electoral y en botÃÂn polÃÂtico.
La paulatina modificación al marco legal, que permite cada vez más la participación de estos zacatecanos en la vida polÃÂtica local, ha cambiado también la manera de ver las relaciones de poder e influencias que, con cierto poder económico, les permite también “jugar a la polÃÂtica†desde allá, desde el otro lado del rÃÂo Bravo.
Y eso ha sido motivo de separación, encono y alejamientos, aunque sean temporales.
Romo, Monreal, GarcÃÂa… y más
Hasta antes de 1998, la monolÃÂtica estructura priÃÂsta también permeaba su rigidez entre los nacientes clubes de paisanos allende la frontera, y prácticamente todos se decÃÂan priÃÂstas. O por lo menos no manifestaban ninguna otra preferencia hacia algún partido polÃÂtico mexicano.
Luego de la derrota del PRI en las elecciones de 1998, la participación de los migrantes zacatecanos encontró una especie de parteaguas, y muchos paisanos coinciden en señalar que ése fue un momento crucial, justamente cuando los miembros de las diversas federaciones de clubes migrantes tomaron partido.
En ese momento, separados solamente entre dos aguas: o eran priÃÂstas, o se identificaban como proclives al nuevo gobierno perredista. O monrealistas, de plano.
Esta situación fue especialmente notable en la Federación de Clubes del Sur de California, una de las organizaciones de migrantes que se consideraban más sólidas a nivel nacional en Estados Unidos.
Con la llegada de Ricardo Monreal, hubo una clara separación entre quienes seguÃÂan apoyando al PRI al final del sexenio de Arturo Romo Gutiérrez, y por el otro lado quienes demostraron al apoyo al nuevo gobernador, que habÃÂa ganado con la bandera del PRD.
Desde ese momento se pudo dilucidar una apropiación de ideologÃÂas polÃÂticas –individuales, casi siempre– al interior de los clubes, pero que no se exteriorizaba institucionalmente.
Para los integrantes de estas organizaciones fue claro que, por ejemplo, quienes participaron apoyando la campaña a gobernador del priÃÂsta Pepe Olvera, se fueron a la congeladora o les dieron carteras de segundo nivel, aunque no dejaron de participar.
Para el último año del mandato de Ricardo Monreal, y durante el primer año del sexenio de Amalia GarcÃÂa Medina, el grupo de “clubes priÃÂstas†volvió a posicionarse, y logró tener en sus manos nuevamente el control de la federación del sur californiano.
Sin embargo, con la llegada de GarcÃÂa Medina a la gubernatura también se pudo observar la presencia de otros grupos polÃÂticos entre los integrantes de los clubes; ahora ya se podÃÂan distinguir, dentro de la federación, clubes que eran afines al PAN o al PT.
Y no se diga al término del segundo sexenio perredista en Zacatecas, cuando fue todavÃÂa más notable el apoyo diversificado que integrantes de los clubes dieron, por separado, a Miguel Alonso Reyes, a Cuauhtémoc Calderón Galván, a David Monreal ÃÂvila o a Antonio MejÃÂa Haro.
La pérdida de unidad de los paisanos también se vio reflejada entre las federaciones de Fort Worth y la del Norte de Texas, con reclamos de que mientras unos son priÃÂstas –y exigen mejor atención del gobierno estatal–, los otros son perredistas –y por tanto no deberÃÂan ser tomados en cuenta–.
Incluso, en estos momentos se habla de que hay una deserción de varios clubes de la Federación de Fort Worth por problemas internos, en los que el gobierno no tiene injerencia.
Y aunque todo el tiempo, desde su fundación, estas organizaciones han tratado de respetar en la esfera pública el hecho de que se constituyan como asociaciones no-polÃÂticas, ahora la cuestión polÃÂtica ha jugado un papel fundamental en la consecución de apoyos para sus comunidades de origen.
Obtener beneficios para estas comunidades ahora también depende, en buena medida, del signo o color polÃÂtico que las autoridades locales tienen, y si son respaldadas por la mayorÃÂa de quienes integran el club correspondiente.
Porque puede darse el caso de que un club, cuyos integrantes se identifiquen con el perredismo (por ejemplo), represente a una comunidad donde ganó un alcalde panista, y cuyo distrito fue ganado por un diputado del PRI.
Es en casos como éste que se dificulta más todavÃÂa que se pongan de acuerdo los paisanos, y destinen sus acciones a apoyar a su comunidad.
Ante todo, el respeto a la ley… norteamericana
De cualquier manera, hay algo que los paisanos parecen no perder de vista: el respeto a la ley, aunque sea la norteamericana, que les prohÃÂbe participar abiertamente en cuestiones polÃÂticas, por haber sido autorizadas como asociaciones sin fines de lucro.
Allá, ningún club o asociación de este tipo puede cargarse al lado republicano o demócrata, pues su objetivo es otro. Y si algo les interesa a los paisanos es justamente mantener los derechos a los que se han hecho acreedores gracias al trabajo de años de esfuerzo coordinado.
A pesar de ello, federaciones como la de Illinois logran reunir anualmente a cerca de 7 mil integrantes, para celebrar su condición de migrantes y aportar ideas, proyectos… y dinero para realizar obras en los lugares que dieron origen a sus familias.
Tal vez sea ésta, la de Illinois, la menos contaminada de las organizaciones. Y posiblemente lo sea porque está más alejada geográficamente de nuestro paÃÂs, lo que obliga a los paisanos a involucrarse más de lleno en su subsistencia, su adaptación al american way of life, a sus normas, a su trabajo.
En Estados Unidos existen unas 22 agrupaciones de clubes de zacatecanos, hasta en lugares insospechados como Alaska, tal como se aprecia en el directorio de federaciones registrado por el gobierno del estado.
La Federación del Sur de California agrupa a 67 clubes, lo que la convierte en una de las más grandes, seguido por la Federación de Clubes Unidos Zacatecanos en Illinois y el Medio Oeste, que cuenta con al menos 34 agrupaciones.